Han pasado varias décadas desde que el célebre médico Gregorio Marañón afirmase aquello de “en este siglo acabaremos con las enfermedades, pero nos matarán las prisas”. El siglo al que se refería Marañón era al XX, pero desde entonces las aceleraciones y las presiones a las que las personas se ven sometidas no han dejado de aumentar, y ello implica una preocupación creciente: no es raro, pues, que el siglo XXI esté marcado por una enfermedad, el estrés.
No es una mera forma de hablar el referirse a ello como enfermedad, pues el presidente de la Sociedad Madrileña de Médicos de Familia, Alberto López, aseguraba en una entrevista con la Cadena SER que un 16% de las personas que padecen estrés sufre por su causa problemas físicos y psicológicos.
Añadía, además, que esta dolencia se ha convertido en una de las consultas más frecuentes que ven y atienden los médicos en atención primaria. Ampliando el foco y englobando el problema, la propia Organización Mundial de la Salud apunta que esta patología supone el 12% del total de las dolencias.
Se trata de un mecanismo de defensa del organismo que, cuando se vuelve tóxico, desgasta las reservas, provoca múltiples disfunciones, patologías relacionadas e incluso crea adicción … pero, exactamente ¿qué es el estrés?
Estrés, eustrés, distrés: desde un punto de vista médico, se define el estrés como una reacción fisiológica del organismo que actúa como mecanismo de defensa para afrontar una situación que se percibe como una amenaza o que se prevé que requerirá una alta demanda de energía. A este fenómeno también se le suelen asociar el nombre de tensión emocional o tensión física.
Es necesario, sin embargo, tener en cuenta todos los factores. En tanto que reacción defensiva, el estrés no resulta malo per se: de hecho, a corto plazo se considera incluso beneficiosa, ya que activa el cuerpo y predispone a la persona a la acción. A este tipo estrés, el “bueno”, se le conoce como eustrés, y resulta fundamentalmente positivo, ya que favorece al cuerpo desarrollar una serie de mecanismos para aumentar las probabilidades de supervivencia frente a una amenaza a corto plazo. El problema, no obstante, aparece cuando este estado de alerta sostenido se mantiene excesivamente en el tiempo: en este momento se transmuta en negativo y se convierte en el llamado distrés, o estrés malo. Este estrés tóxico desgasta las reservas del organismo, crea adicción y suele producir diversas patologías asociadas con la ansiedad e incluso la angustia.
¿Cuál es su causa?
Hay tres motivos principales que generan estrés en el día a día: el desencuentro o desconexión con otras personas, la falta de seguridad y la imposibilidad de demostrar las propias capacidades.
Para realizar un diagnóstico del nivel de estrés, se puede partir de responder con sinceridad a preguntas como las diez siguientes:
– Cuando algo falla, ¿cuánto malhumor me genera?
– ¿Cómo reacciono ante las críticas?
– ¿Me irrito a la mínima?
– ¿Duermo bien cuando hay alguna dificultad en tu vida?
– ¿Qué músculos se me agarrotan o qué parte de mi cuerpo me duele?
– ¿Me sorprendo en estado absorto?
– ¿Camino rápido, sin percibir lo que tengo a mi alrededor?
– ¿No escucho porque pienso en otra cosa?
– ¿Aprieto la mandíbula?
– ¿Cómo digiero después de las comidas?
Combatiendo el estrés: los beneficios del mindfulness
Recientemente, algunos estudios científicos han demostrado hoy lo que hace más de dos mil años ya sabían los budistas: que un estado de atención consciente ayuda a reducir el estrés y la ansiedad, a aumentar la resistencia emocional y a obtener un mayor disfrute con lo que estemos haciendo. El mindfulness o “conciencia plena” consiste en prestar atención, momento a momento, a pensamientos, emociones, sensaciones corporales, entorno, enfocando el cerebro a la percepción desde la aceptación y el no juicio (incluso tiene su vertiente en la mesa, el mindfoodness).
El mindfulness predica el volver a la simplicidad del momento presente, al principio del aquí y ahora. En este sentido, como tantas otras capacidades, la atención consciente también se entrena. La práctica de esta técnica se ejercita mediante la respiración y la meditación, y permite aprender a focalizar la atención de manera consciente. La práctica del mindfulness consigue activar áreas del cerebro que estaban dormidas; permite recuperar la capacidad creativa y la capacidad de asombro, y libera hormonas como la oxitocina, la serotonina y la dopamina, lo que genera en el cuerpo mayor capacidad de diversión y disfrute.
Ejercicios de respiración y la práctica de la meditación son recursos que el coaching también utiliza para aumentar la autoconciencia, fomentar la reflexión, visualizar escenarios futuros y gestionar emociones. Por esto, la práctica del mindfulness resulta una respuesta eficaz y concreta a los problemas sobrevenidos a causa del distrés.
Si quieres saber más, te invitamos a leer nuestro artículo «Conocer el estrés para gestionarlo mejor»