Con las palabras ocurre algo muy interesante: se usan tanto que a menudo uno descuida su poder. El lenguaje es importante, porque estructura la mente y la visión del mundo. La realidad, incluso. En palabras del eminente filósofo y coach Rafael Echeverría, “el lenguaje es, sobre todo, lo que hace de los seres humanos el tipo particular de seres que son, (…) seres que viven en el lenguaje”.
Esto puede sonar teórico o abstracto, pero en realidad va íntimamente ligado a cada una de las palabras que pronunciamos, cada frase con la que explicamos el mundo a los demás o a nosotros mismos. Es decir –volviendo a Echeverría- el lenguaje es generativo, produce él mismo la propia realidad: frases como “os declaro marido y mujer” o “esta persona es inocente” crean un nuevo estado de las cosas de forma evidente.
Otra evidencia del poder del lenguaje como moldeador de la propia realidad -incluso la física- se encuentra en el trabajo del neurocientífico y filósofo Luis Castellanos, quien –en su libro La ciencia del lenguaje positivo– explica cómo el lenguaje consciente y elegido tiene el poder de re-construir buena parte de la propia vida. Castellanos lo expresa diciendo que “las palabras positivas –como “alegre”, “meta” o “ímpetu”- inciden directamente en nuestra salud, creando sistemas de protección en nuestro cerebro, que es muy plástico”.
El fenómeno de la sinestesia: las palabras importan
Todo lo anterior es un preludio ideal para abordar la sinestesia: la facultad que tienen algunas personas para entrelazar los sentidos. Dicho de otro modo, la música les puede evocar colores o leer cierta palabra, sugerirles un sabor en el paladar. No obstante, investigaciones como la del psicólogo alemán Wolfgang Köhler apuntan en la dirección de que estas asociaciones no son aleatorias.
El ejemplo clásico en esta línea es el test de Bouba y Kiki. Cada uno de estos dos nombres define a una de las siguientes formas: ¿cuál es cuál?
Aunque no existe una respuesta correcta o incorrecta, la inmensa mayoría de las personas -entre el 95% y el 98%- asignan el nombre Kiki a la figura angular naranja, quizás por la forma brusca y -de algún modo- angular en la que se emite el sonido. Bouba, por su parte, suele identificarse con a la figura redondeada violeta, puede ser por la relajación de los labios, por redondearlos de forma similar a las curvas suaves de la figura.
Sea como sea, el propósito de este test es comprobar que el ser humano no asigna de forma arbitraria los sonidos a las formas, sino que tiene implicaciones en el desarrollo del lenguaje. Las palabras, dicho de otra manera, no son simples conjuntos arbitrarios de letras, sino que arrastran en su propia forma unas connotaciones inconscientes de significado. En el efecto Bouba/Kiki -así se conoce este fenómeno- se puede observar a nivel neurológico cómo los mapas cerebrales visuales y auditivos establecen fuertes conexiones, reproduciendo así un modelo sinestésico.
Como recoge el investigador Julio Santiago, del Departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Granada, “en general, las consonantes oclusivas -d, ch, g, j, k, p, t- se asocian con formas picudas, y las continuantes -b, f, h, m, n, s, v, z- con formas redondeadas. Así pues, la asignación de nombres a objetos no es completamente arbitraria».
Si quieres conocer el poder de las palabras como herramienta de gestión del cambio, conoce más sobre el Coaching.