Eres genial, estupendo, magnífico. Tú puedes, tienes mucho valor, ¡y qué estilo gastas! El lenguaje positivo no solo reconforta el ánimo y hace aflorar una sonrisa interior: también puede cambiar nuestra biología. Es la conclusión a la que llegó el filósofo y neurocientífico Luis Castellanos al descubrir que emplear palabras de este tipo tiene un efecto en el cuerpo humano: permite vivir más tiempo y con una mejor salud.
La clave estaba en las monjas. Concretamente, en las 678 hermanas de la comunidad de Notre Dame, en Minnesota: a ellas fue a quienes el doctor David Snowdon estuvo estudiando a lo largo de quince años y a partir de quienes extrajo unas conclusiones apasionantes sobre el Alzheimer. Las religiosas aceptaron ser examinadas anualmente de forma exhaustiva y, a su muerte, donar su cerebro a la Universidad de Kentucky.
El equipo de investigación del doctor Snowdon –cuyas conclusiones aparecen recogidas en el libro Envejecer con Gracia: Lo que el estudio de las monjas nos enseña sobre vivir vidas más largas, más sanas y con más sentido (2002)- estudió las autobiografías que cada una de las mujeres estudiadas habían escrito al tomar los hábitos, y allí se encontraba la clave: había que contar. El número de palabras positivas manifestadas por cada monja se asociaba a sus datos de longevidad. Dicho de otra manera: aquellas que hablaban de sí mismas en positivo vivían más.
El lenguaje positivo, clave en el desarrollo neurológico
Este estudio supone a su vez el punto de partida de la investigación del neurocientífico y filósofo Luis Castellanos, quien –en su libro La ciencia del lenguaje positivo (2016)- explica los pasos que ha dado para armar su teoría: que el lenguaje consciente y elegido tiene el poder de re-construir una buena parte de nuestra vida. Castellanos lo expresa diciendo que “las palabras positivas –como “alegre”, “meta” o “ímpetu”- inciden directamente en nuestra salud, creando sistemas de protección en nuestro cerebro, que es muy plástico”.
Ahora bien, el propio Castellanos hace algunas puntualizaciones para ayudar a llevar a la práctica su teoría:
- La división entre términos con carga positiva o negativa no es absoluta: cada individuo goza de una jerarquía de palabras propia en base a su experiencia personal. Por ejemplo: “rascacielos” puede ser una palabra positiva para un arquitecto o negativa para una persona que sufra vértigo.
- No basta con decir las palabras y ya está: hay que ‘habitarlas’. En palabras de Castellanos, “es necesario sentir el término positivo empleado, creer en él, hacerlo físico, poseerlo”.
- No se trata de censurar términos que a priori puedan sonar negativos: como explica el estudioso, “aunque las palabras sean negativas, si en su conjunto te conducen a un lugar apasionante, el cerebro las recibe como positivas”.
Por último, aplicar este modo de concebir el lenguaje a las rutinas diarias requiere seguir tres pasos: tomar conciencia de nuestro lenguaje actual, regularlo mediante el entrenamiento y consolidar el hábito de expresarnos en positivo.
¿Te atreves a cambiar tu mundo?