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Mover el mundo con un pequeño esfuerzo: cómo aplicar el principio de la palanca

De Arquímedes, aquellos que no hemos estudiado a fondo la Grecia clásica sabemos dos cosas: que formuló el principio que explica por qué se desborda una bañera llena cuando nos metemos en ella y que dijo una frase que ha quedado grabada en el inconsciente colectivo. ¿Cuál es? “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”, una formulación que está en la base del principio de la palanca.

Fuera de contexto, una palanca no es otra cosa que un palo: una barra rígida e inútil. No obstante, puesta en contacto con el punto adecuado –ese “punto de apoyo” por el que clamaba el sabio griego- es capaz de realizar proezas increíbles. Entre los logros de este humilde invento se encuentra el haber movido las gigantescas cabezas de piedra de la Isla de Pascua o los bloques arenosos que conforman aun hoy las pirámides egipcias.

En 1990, el economista y profesor Peter Senge puso por escrito una serie de ideas que deben mucho a este punto de partida. Su obra se titula La quinta disciplina, expone las bases del pensamiento sistémico y desarrolla el tema que hoy nos ocupa: el principio de la palanca, una serie de observaciones muy agudas que pueden cambiar por completo nuestra forma de afrontar los obstáculos.

El principio de la palanca: más con menos

La síntesis de este principio es sencilla: Senge postula que pequeños cambios bien focalizados pueden producir mejoras significativas y duraderas, siempre que se realicen en el lugar apropiado. Dicho de otro modo, se trata de descubrir el “punto de apalancamiento” de una determinada situación, el nodo en el que se concentran los flujos de un sistema y cuyo cambio transforma todo el conjunto.

La parte escurridiza viene con una constatación: este punto casi nunca es evidente para los miembros del sistema –es más fácil descubrirlo desde fuera- y no tiene por qué estar próximo a los síntomas externos. Un ejemplo lo encontramos en el apéndice de orientación del timón de un barco. Para que una nave gire a la izquierda, es necesario que la popa lo haga hacia la derecha, en un pequeño movimiento contra-intuitivo que, sin embargo, produce un gran cambio: que el buque avance en la dirección deseada.

En el ámbito del coaching, este principio es tremendamente útil: su puesta en práctica nos exige centrarnos en la causa real del problema y no en sus síntomas. Nos pide un acercamiento a la situación desde una perspectiva fresca y profunda, entendiendo que atacar la consecuencia no tiene necesariamente un efecto en la causa real. Una buena formación en coaching nos prepara para afrontar estas y otras situaciones con los conocimientos y habilidades necesarios. Nos provee el punto de apoyo desde el que, ahora sí, ayudar a otros a mover el mundo.

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