Tanto si eres amante de la música como si no, la música nos transporta. Tanto es así que puede influir en nuestras emociones y en nuestro comportamiento poniéndonos de buen humor o sumergiéndonos en un recuerdo doloroso. Seguro que te ha pasado: el día no es especialmente bueno, en el trabajo las cosas no han terminado de salir y –para colmo- pierdes el autobús, o encuentras en un atasco. Decir que estás de un humor de perros es quedarse corto. Sin embargo, instintivamente acudes a tu bolsillo en busca de tu móvil, enchufas los auriculares y, de repente, en cuanto empiezan a sonar los primeros acordes de tu música favorita, todo aquello que era tan horrible pasa a un segundo plano.
La música tiene poder terapéutico, pero esto no es algo nuevo: algunos papiros ya muestran como en el Antiguo Egipto el jeroglífico empleado para el concepto “música” era el mismo que para “alegría”. Aun así, de vez en cuando va bien repasar conceptos que creemos tener plenamente conocidos y buscar nuevas capas o perspectivas.
Uno de estos puntos de vista lo ofrece el profesor en Psicología de la Música de la Universidad de Sheffield Julian Céspedes Guevara. “Todos usamos la música para auto-regularnos emocionalmente: escuchamos determinadas canciones como respuesta a determinados estados de ánimo”, explica el investigador.
Ahora bien, cuando vamos a indagar en el porqué de este poder terapéutico del arte musical, entramos en terreno pantanoso, indefinido. “No hemos llegado a responder exactamente a qué causa esta identificación tan poderosa, pero sí hay quien ha concluido que cuando escuchamos música, aunque sea instrumental, de alguna forma estamos percibiendo a otro ser humano”, señala Céspedes Guevara.
La empatía, pues, sería una de las claves que permiten la identificación de uno mismo con lo que escucha. El investigador lo explica así: “de alguna forma, el oyente le atribuye cosas a la música que está escuchando: así es cómo puede imaginarse que la música está explicando sus propios sentimientos o su propia vida”. Un lazo que se vuelve más fuerte cuando la música tiene letra, por supuesto.
“La vida es como la música, debe componerse con el oído, el sentimiento y el instinto, no mediante reglas.” SAMUEL BUTLER II
¿La razón? “Los psicoterapeutas han descubierto que conseguir ponerle un nombre a tus sentimientos tiene un efecto relajante o curativo, y que –de hecho- lo que produce malestar es en gran parte tener una angustia sin saber qué es”, dice Céspedes Guevara. Saliendo del terreno de la psicoterapia y entrando en el del coaching, podemos deducir de ello que la música puede ayudarnos a expresar creencias que teníamos flotando por nuestra cabeza, sentimientos o estados de ánimos vagos o indefinidos.
Por último, existe un elemento más que facilita que la música tenga tal poder en auto-regular nuestras emociones: nos involucra físicamente. Señala Céspedes Guevara que –al contrario que leer una novela o un poema- la música entra en nuestro cuerpo y produce en él una reacción física inconsciente. Por eso un ritmo acelerado nos activa y uno relajado nos tranquiliza.
La relación entre música e inteligencia emocional es un campo de exploración abierto, en el que no hay límites claros ni caminos trazados. Estudios recientes revelan que la música transmite efectivamente sentimientos y desencadena las mismas emociones en personas de diferentes culturas.
Si quieres saber más sobre las emociones, te invitamos a leer el artículo sobre Paul Ekman, uno de los psicólogos más importantes del siglo XX, que dedicó su vida al estudio de las emociones.